martes, 13 de enero de 2015

Biografía

Mario Alberto Badilla Casares
Mario Badilla (Marioarroba) Mario Alberto Badilla Casares (quien tiene como seudónimo "Marioarroba", aun cuando declara preferir añadir su nombre antes del mismo) es costarricense, nacido en la década de los 70 -la generación X como suele resaltar-, soltero, vive en San José, tiene una licenciatura en finanzas y le gusta escribir en su tiempo libre. Admite detestar los estereotipos, escribe sobre la vida de la gente común y sus esfuerzos por subsistir, le gusta escribir principalmente para la comunidad hispana, evitando usar demasiados términos regionales para evitar confundir a lectores de otros países o regiones. Tal y como afirma, "le gusta escribir utilizando frases cortas, directas, pues siento que la gente del siglo XXI le gusta ir al grano, mis textos son cortos porque creo que a la gente le gusta leer rápido, casi siempre leen en el trabajo tomando un café o cuando van en algún medio de transporte". A Mario Alberto Badilla (Marioarroba) le gustan las nuevas tecnologías, que sus lectores disfruten de sus obras en ordenadores portátiles, móviles y lectores de libros digitales, pero también se declara interesado en publicar obra impresa. Actualmente es posible leerlo en Bubok, Quiero que me leas, El tintero, Alegsa, El rincón del autor, Wattpad, Smashwords, en La coctelera y en nuestro Club Literario, así como en el foro de escritores Literatum. Su blog en La coctelera ha registrado visitas de todos los países hispanos, las Guyanas, los Estados Unidos, Canadá, España y Portugal. Ha mandado sus cuentos a la revista Almiar y al periódico The Lunes -aún cuando reconoce no poder confirmar si han sido publicados-. Una particularidad de su obra es la inclusión de fotografías que le gusta recoger en la Red.Sus autores preferidos son Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Aquileo Echeverría, Magon, Carmen Lyra, H.G Wells, Isabel Allende, Edgar Allan Poe y J.R. Tolkien, y sus libros preferidos son La Biblia, Cien Años de Soledad, Pedro Paramo, La Guerra de los Mundos, La ciudad y los perros, Cocori, Tio Conejo y Tio Coyote, El Señor de los Anillos y una larga lista de libros adicionales

martes, 31 de diciembre de 2013

El Maletín – Capitulo Único

 Este es un extracto de una novela que todavía no he concluido:

.... La luz de aquella lámpara parpadeaba continuamente,  lucia borrosa, creando una sensación de penumbra. Aquella oficina totalmente desordenada y sucia parecía un chiquero, cubierto de telarañas. En el piso húmedo y frìo un grupo de polvorientas carpetas le servían de cama.

 

 

 La lampara

Sus ojos parpadeantes seguían el ritmo de aquella borrosa luz, lentamente su cuerpo inerte regresaba  a la vida, primero sus temblorosas manos  absorbían el calor matutino y sobresalían lánguidamente al lado de la gabardina que le servía de cobija. Igual que todos los días, a duras penas se incorporo, entonces, busco la botella de ron  que era como su ángel de la guarda. Desesperadamente, tomo un par de sorbos y sintió un calor ardiente pasar por su garganta.

Tomo una silla y se sentó precipitadamente, observo fijamente su escritorio y vio aquel fajo de billetes verdes que tanto le había costado obtener, abrió una gaveta y saco temblorosamente un vistoso maletín de cuero crudo y una pistola.  Ese maletín había sido su compañero de andanzas desde que en sus años mozos, sus padres se lo regalaron cuando salió de la facultad de derecho. Años pasados, años que el prefería no recordar. Seguidamente introdujo el dinero dentro del maletín.

Se incorporo repentinamente, sin prestar mucha atención a su entorno, empujo la puerta y salió. Camino unos metros y entro en el sucio ascensor, marco su destino, fue cuando vio una pequeña araña posarse en el tablero, sin mucho afán la mato.  Uno segundos después se abrió el ascensor.  Entonces, un anciano gentilmente lo saludo, sin embargo, el no respondió y con una ademan de desprecio salió del edificio.

Una muchedumbre de personas caminaban por la avenida. Sin embargo el atravesó aquel grupo de gente y rápidamente se perdió al doblar la esquina.

La luz del sol comenzó a  salir desplazando la penumbra de aquel lote baldío,  en un rincón sobresalían unas pocas latas oxidadas y se podía observar un bulto sombrío y gris, cubierto por un pedazo de lona.  Parecía inmóvil e inerte, no obstante las apariencias engañan, lentamente mostro signos de vida, lánguidamente un par de toscas manos sobresalieron en uno de sus lados.  Entonces un hombre se incorporo ruidosamente, sacudiendo sus harapientas ropas, emitió un prolongado y notorio bostezo. El era alto, en algún momento fue fornido y fuerte pero ahora se mostraba seco y estéril, posiblemente debido al crack, tenía una tez blanca y curtida que refleja sus hábitos violentos.

Aquel lote inhóspito, cubierto de maleza, parecía un pedazo de selva incrustada en al ciudad. En sus interiores crecían a la libre todo tipo de plantas y arbustos.  De alguna manera recordaba los inicios del viejo San José, los lados de ese lote eran un par de paredes de ladrillo anaranjado, cubiertas por enredaderas, se levantaban como testigos mudos del pasar de los años, la  parte trasera de ese lote era una pared de concreto macizo, posiblemente parte de algún edificio recién construido. La parte delantera del lote estaba conformada por una fachada de latas de zinc.  Convenientemente  una de las latas podía moverse para facilitar la salida y el ingreso de su inquilino. Aquel bribón utilizaba ese lote como la guarida para sus andanzas. En el ajetreo de la ciudad, este personaje pasaba inadvertido.

Cuando concluyo su prolongado bostezo, sacudió nuevamente sus ropas, fue ahí cuando lo noto, un pequeño alacrán caminaba sobre su solapa, sin mucho esfuerzo de un manotazo lo sacudió.  El sintió la necesidad matutina de satisfacer su vicio, miro al cielo vio una bandada de pericos pasar ruidosamente, el sol calentaba, el cielo se mostraba azul y pacifico, no obstante para el, esto no significaba nada, lo único que le importaba era satisfacer su necesidad.

Fue en este momento, que su rostro mostro una cruda mueca que en otros tiempos parecería una sonrisa, camino rápidamente sobre la maleza y salió a la calle.

Una muchedumbre de personas caminaba por la calle, algunos se hicieron a un lado cuando lo vieron salir, otros lo dejaron pasar inadvertido.  Camino desesperadamente por aquella calle, en medio del transito, atreves de los puestos de venta callejera.  Algunos vendedores lo miraban con recelo haciendo a un lado sus productos y pertenencias.  Eso a el no le importaba, estaba acostumbrado, ni siguiera su propia familia lo quería tratar.

Fue en ese instante que lo vio pasar, era un hombre mayor, pelo canoso, vestido con un traje entero gris algo sucio, caminaba erráticamente y sus manos temblaban. En su mano derecha tenia un maletín de cuero crudo, era bonito y parecía de mucho valor.

No obstante esa mirada no paso desapercibida para el dueño del maletín, quien también observó detenidamente a aquel bribón.

Fue así como paso, los dos se vieron fijamente, como cuando al gato ve a la presa, eran miradas fijas distantes de la muchedumbre.

Inmediatamente, sus manos dejaron de temblar, su pulso se acelero y su andar se volvió mas rápido y menos errático, tomo el maletín con más firmeza,   cruzo la calle miro de reojo y siguió caminando en línea recta a lo largo de la calle, la calzada era irregular  y estaba en una pendiente, sin embargo esto no lo detuvo.

Su mirada se poso en aquel maletín fijamente y trato de seguir a su dueño deicidamente a lo largo de la calle, noto que caminaba más rápidamente, pero eso no le importo, solo quería tomar el maletín correr a la casa de empeño y sacarle el mejor provecho. Metió su mano en su harapiento abrigo y saco una filosa navaja.

La persecución fue incesante habían caminado como diez cuadras, la muchedumbre había quedado atrás, la calle se mostraba solitaria, De vez en cuando pasaba algún vehículo o algún paisano entraba o salía de alguna casa, pero nada más.

En ese momento volvió a cruzar la calle y volvió a ver de reojo, lo noto, todavía lo venia siguiendo. Metió su otra mano en el bolsillo y saco su pistola, fue ahí cuando doblo la esquina.

Se escucho únicamente un disparo, luego un breve silencio.

La policía acordono la escena, una pequeña muchedumbre se acerco a mirar, no falto una que otra cámara de TV de algún noticiero.

El sol estaba fijo en el cenit, era el fin de una mañana de verano. Sin embargo, ninguno de los dos sintió calor, sus miradas estaban fijas observando el cielo.  Otra bandada de pericos pasó volando ruidosamente, no obstante ninguno de los dos la escucho.  A un lado un bonito maletín estaba tirado sin nada en el interior, no muy lejos una pistola algo ensangrentada, del otro lado un cuchillo lleno de sangre.

Los dos estaban tendidos a un lado de la calle, uno al lado del otro.  En el centro de la calle estaba una ambulancia, un paramédico conversaban con dos policías.  Otros dos policías vigilaban la escena esperado a los Inspectores del Poder Judicial.

 Lo inspectores llegaron una media hora después, fue ahí donde lo reconocieron....

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El Cazador de Néctar

El anciano, miraba fijamente el camino, como si fuera la primera vez que lo transitara.   Su mirada melancólica refleja cierta extraña alegría. Caminaba lento, sonreía  y de vez en cuando bajaba su mirada para ver al niño.

El niño caminaba a su lado, despacio, mirando todo con curiosidad, aferrado a la mano de su abuelo.

- Abuelo, ¿Es cierto que este camino no tiene final? , dijo el niño

- Si mi hijito es cierto, hace muchos años una danta[1] gigante bajo de la montaña y lo hizo con sus poderosas patas, replico el abuelo.

- Abuelo, ¿Es cierto que si uno se pierde en la montaña, la danta se lo come a uno?

- No mi hijito esa danta es buena y no le gusta comerse a la gente.

- ¿Vamos a conocer a la danta hoy? , dijo el niño.

- No papito, la danta se fue de viaje a una tierra lejana, hoy no la podremos ver.

- Pero abuelo.... yo quiero conocer a la danta para preguntarle adonde termina el camino.

- Claro.... por supuesto, otro día vendremos y le preguntaremos.

- Abuelo, ¿A quién visitaremos hoy?

- Hoy conoceremos al Cazador de Néctar.

- ¿Quién es el Cazador de Néctar?

- Mi hijito, es un pájaro mágico que cuida la montaña y todos los arboles que hay en ella.

- Abuelo ¿Por qué es mágico?

- Porque donde pone el pico crece un árbol.

- Seguro debe ser un pájaro muy grande, dijo el niño.

- Papito, en este caso lo importante no es el tamaño, si no el trabajo que hace.

Ese camino, serpenteaba la montaña, era algo empinado,  bañado por un lastre fino y polvoriento,  a los lados del camino la abundante vegetación hacia sentir su presencia, verde, tupida, llena de vida, ruidosa e inaccesible. Particularidades propias del bosque lluvioso tropical.

Arboles de roble y encino se erguían a los lados del camino como si fueran celosos vigilantes del pasar de nuestros personajes.  En lo profundo de la montaña se oía una cacofonía de sonidos, difíciles de identificar, para el oído poco entendido.

No obstante, para el viejo identificar cada sonido le resultaba fácil y familiar.  De hecho, se deleitaba haciéndolo, debido a que le hacia recordar  su niñez.  Recordar sus primeros años, las enseñanzas de sus padres cabécar[2] y sus  andanzas mozas en la selva con sus primos.  

Aquellas enseñanzas eran su legado, eran los  conocimientos heredados por todas las generaciones cabécar nacidas en la gran montaña, los hombres blancos no las podían entender.

Hoy esas enseñanzas eran viejas historias, nadie las escuchaba. Muy a menudo el viejo se sentía como la gran danta, como un animal en peligro de extinción.

Para el niño caminar con su abuelo era una gran experiencia, todos lo domingos hacían esa travesía, después de almorzar, él escuchaba atentamente cada palabra que le decía su abuelo.  El niño vivía con su madre, ella era de ascendencia cabécar, la mamá  trabaja en una pequeña floristería  en el Valle del General,  cerca de la gran montaña a la cual los blancos llamaban el Cerro del Chirripó[3].

Durante la semana el niño iba  a la escuela. El padre del niño trabajaba para la municipalidad de la región.  Su papá no era cabécar, él era del  Valle Central. Los padres del niño, se habían conocido varios años atrás en un colegio nocturno, se enamoraron y se casaron. La idea del matrimonio de su hija con un foráneo, no le había gustado mucho al viejo. Sin embargo, su nieto ocupaba una parte central en su vida, especialmente desde que su esposa había muerto un año atrás.

Los domingos en la mañana, su yerno llegaba con su hija y su nieto.   Le traían algunos suministros y pasaban todo el día con él.  El  yerno  ayudaba a reparar la casa del  viejo  y  a  cultivar la parcela de tierra en donde vivía.

En la parcela cultivaban un poco de maíz, algo de frijol, plátanos y algunos tubérculos.   De vez en cuando el viejo intercambiaba sus cultivos con sus vecinos. A cambio sus vecinos le entregaban otro tipo de cultivos o algún suministro.

Con su amigo el holandés intercambia golosinas  que guardaba para dárselas al niño.  El holandés era un foráneo que había llegado unos años atrás para aprender el dialecto cabécar.  El le contaba al viejo,  que el mundo se estaba calentando por culpa de los  hombres en las grandes ciudades y que por eso llovía más.   El viejo no sabia que creer aunque a su edad ya casi nada le asombraba.

El niño y el viejo continuaba caminando, al lado del camino habían  arboles altos y tupidos, sus copas estaban cubiertas de todo tipo de plantas trepadoras y diversos doseles[4],  flores de diferentes tamaños y colores se miraban por todos lados.  El sol  como un fisgón dorado se mostraba parpadeante entre las copas de los arboles, nuestros amigos  sentían su calor.

- Mi hijito, creo que mejor descansamos un poco, dijo el anciano.

- Esta bien abuelo, sentémonos en ese tronco, dijo el niño.

- Que aprendiste en la escuela esta semana.

- Esta semana la niña[5] nos enseñó las letras del alfabeto.

- Eso esta muy bien, dijo el viejo mientras le acariciaba el cabello al niño.

- La niña me dijo que el próximo año puedo aprender a leer cabécar.

- ¿Cómo es eso? , ¿Quién te va a enseñar?

- La maestra nos dijo que vendrán unos señores de la universidad[6] a enseñarnos a leer el dialecto cabécar, a quienes queramos aprender, yo ya le dije a mamá y ella me dijo que estaba bien.

- Pues me parece muy bien.

- Abuelo.... ¿Cómo caza el néctar el pájaro mágico?

- El cazador de néctar vive cerca de las flores en lo profundo del bosque, cuando encuentra una flor que le gusta. Él hace una danza mágica alrededor de ella y la hechiza con sus plumas de colores, luego con su pico largo y afilado toma el néctar de la flor.

- Abuelo ¿El cazador vive sólo en el bosque?

 - Papito, el cazador de néctar no tiene tribu, vive sólo y no permite a otros de su tipo invadir su territorio.

El sitio donde nuestros personajes se habían detenido, era llano,  húmedo y caluroso.  A un lado del tronco una procesión de hormigas marchaba incesantemente y se  confundían entre las hojas caídas. A  lo lejos se podía observar, colgando de una  rama,  a un oso perezoso con su cría. En las alturas, remontando las  copas de los arboles, un hermoso quetzal verde  agitaba sus alas.

 Nuestros amigos se incorporaron y continuaron su camino.

- Mi hijito, iremos a un lugar, que no esta muy lejos, en donde siempre se puede ver al cazador de néctar, dijo el viejo y extendiendo su mano señalo un paraje no muy lejano en el bosque.

El niño únicamente hizo un gesto afirmativo.

Caminaban, lentamente según el ritmo del viejo. De vez en cuando paraban para observar alguna curiosidad.

Después  de un rato,  llegaron al paraje. Era un espacio llano cubierto por una alfombra de hojas caídas rodeado de plantas y arbustos, a un lado había una pequeña quebrada de donde fluía agua pura y cristalina. Cerca de la quebrada, a manera de un jardín, un sinfín de plantas cubiertas de flores tubulares de diferentes colores y tamaños. Fue ahí cuando lo vieron. Saltando de flor en flor  había un colibrí[7] de plumaje azul,  un pequeño inquieto y presuroso.

El viejo extendió nuevamente su mano señalando al colibrí y le dijo al niño:

- Mira ese que esta ahí es el cazador de néctar, para que las plantas puedan crecer primero él tiene que picar las flores.

- Abuelo, puedo tocar al cazador de néctar.

- No mi hijito, el cazador de néctar no se debe tocar, él es parte del bosque y tenemos que dejarlo vivir en paz. Lo podemos ver pero no lo podemos tocar.

Nuevamente nuestra singular pareja  se detuvo en medio del bosque. El anciano miraba fijamente cada detalle del bosque y le contaba al niño sobre su visión del mundo, tal y como sus padres hicieron con el cuando era un niño.  Su nieto lo escuchaba y preguntaba de tanto en tanto, el abuelo le respondía y continuaba haciendo remembranzas.

- Abuelo, Yo voy a dibujar al cazador de néctar y se lo mostrare a la niña, dijo el nieto.

- Je je... Me parece muy bien y cuéntale sobre la danta gigante, dijo el viejo.

- ¿Ya vamos de regreso? , dijo el niño.

- Si ya es hora de regresar, dijo el viejo mientras le acariciaba el cabello al niño.

- Abuelo, ¿La próxima semana conoceré a la gran danta?

- Por supuesto, la próxima semana la veremos.

De esa manera continuaron su camino de regreso a su casa, lentamente según el ritmo del viejo.

Todos los domingos el viejo llevaba al niño a conocer una parte del bosque y aprovechaba para contarle las historias de su gente. Lo padres del niño conocían la importancia de estos paseos para el viejo, por eso sin falta todos lo domingos llevaban al niño a visitar a su abuelo.

Derechos reservados


[1] Danta: Mamífero propio de la región, se remite vínculo explicativo http://www.guiascostarica.com/ma/ma25.htm

[2] Etnia Cabécar, aborígenes costarricenses, se agrega vinculo explicativo http://www.unesco.org.uy/phi/aguaycultura/es/paises/costa-rica/pueblo-cabecar.html

[3] Montaña ubicada en la cordillera de Talamanca en Costa Rica, se agrega vinculo explicativo http://www.guiascostarica.com/area72.htm

[4] Dosel, se agrega vinculo explicativo http://waste.ideal.es/neotropico.htm

[5] La Niña: En Costa Rica se utiliza este termino como sinónimo de maestra de escuela.

[6] En Costa Rica existe un programa educativo para las lenguas aborígenes, se agrega vinculo explicativo http://www.unesco.or.cr/portalcultural/lenguas1.pdf

[7] El Colibrí, se agrega vinculo explicativo

http://www.acguanacaste.ac.cr/rothschildia/v5n1/textos/26.html


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EL Músico de Jazz


Una  fría brisa rozó su negra tez,  anunciando el final de la tarde.  Lentamente se incorporó, abrió el viejo estuche y guardó su saxofón.

Entonces, tomó su sombrero y empezó a calcular el precio del día.
- Veinte, treinta, cincuenta, cien... ¿Qué es esto? , Pensó
- A ya sé cinco. Estos viejos billetes ya casi nadie los usa, dijo.
Sintió cerca de su cara el jadeo de su fiel perro Lucky.
- Oye Lucky parece que hoy tuvimos un buen día, exclamo mientras acariciaba la melena de su perro.
Sacó una colorida bolsa de papel,  y guardo un manojo de monedas.
- Muy bien viejo amigo, creo que eso es todo por hoy, ya es hora de regresar al hogar, pero antes aligeremos el peso, le dijo al perro.
Entonces sintió un jalón  en su mano derecha,  poco a poco empezó a caminar aferrado a la vieja correa, el perro era su guía.
Percibió un peculiar olor y escucho el rechinar de un viejo carretillo,  entonces una voz carrasposa le dijo:
- Compañero, parece que ya terminaste por hoy, le indico el recolector de basura.
- Si he tenido un largo día, le dijo el caminante.
Nuestro personaje transitaba junto a su perro por la bulliciosa avenida, de vez en cuando alguien se les atravesaba en el camino. No obstante, al percatarse de su condición se hacía a un lado y los dejaba pasar. Ciertamente, tampoco faltaba uno que otro  que los tratara mal, pero el perro  rápidamente respondía a cualquier amago de violencia.
De pronto el perro se detuvo, nuestro amigo  escuchó el freno de un viejo autobús y  sintió que un par de puertas se abrieron a un lado de la acera.
- Oye amigo.... ¿Cómo estuvo tu día?, le dijo el chofer del autobús.
- No me puedo quejar hoy fue un buen día, exclamo el caminante.
- Y a ti ¿Cómo te fue?
- Pues bien, estoy tomándome un café, me faltan cinco carreras[1] para terminar el día, le dijo el chofer.
- Necesitas monedas, exclamo el caminante.
- Si por supuesto, pásamelas yo las cuento.
- Muy bien, dijo el caminante. Tomó la bolsa de papel y se la dio al chofer.
- Quinientos, mil, dos mil, tres mil, quinientos. Son doce mil, mi amigo, toma aquí esta, dijo el chofer
- Oye muchas gracias, nos vemos mañana, dijo el caminante.
- Hasta luego compañero, oye Lucky cuida bien a mi amigo, exclamó el chofer.

Otra vez, sintió un jalón en su mano y siguieron la marcha.
Poco a poco la bulliciosa calle se fue acallando, ahora podía escuchar sus propios pasos y el jadeo de su perro.  Se detuvieron, viraron a la izquierda en una esquina y entraron a un pequeño supermercado.
De pronto escucho la voz de un niño:
- Señor, señor, ¿Cómo esta?
- Muy bien, gracias. ¿Y tú como estas?
- Bien, hola Lucky, dijo el niño.
- ¿En que lo podemos ayudar hoy?, replico el niño.
- Mira necesito, por favor, una libra de café, dos kilos de arroz, un paquete de espagueti, una cajita de té.... Ah, también una bolsa de alimento para el perro.
- Okey, ya regreso, entonces rápidamente el chiquillo tomó una canasta y desapareció entre la gente.
Esperaron un rato parados a un lado de una caja registradora, una desalineada cajera los miraba de reojo,  poco a poco un grupo de niños se agrupó para acariciar al perro, no los podía ver pero sentía su agitada presencia.
Otra vez escucho la voz del pequeño:
- Señor, señor. Ya esta aquí todo.
- Pues muchas gracias, ¿Cuánto debo?
- Son cuatro mil, dijo la cajera.
- Muy bien aquí esta, muchas gracias.
- Le llevamos el pedido, replico el niño.
- Por supuesto, ya conocen el camino.
El niño, se paró miro hacia atrás y gritó:
- El que sigue,... El que sigue y emitió un fuerte silbido.
Entonces se escuchó el estrepitoso rodar de un coche,  se acercaba velozmente, de pronto, frenó en seco, al lado de nuestro personaje.
- Señor, señor. El se llama Caliche[2], dijo el niño.
- Caliche, el señor vive en la casa verde de dos pisos al lado de la pensión de doña Juanita, frente a la licorera junto a la línea del tren. Recuérdate es en el segundo piso, tienes que entrar por la alameda al lado del jardín, por los cipreses. Ten cuidado con el perro porque todavía no te conoce, replico el niño
- Muchas gracias muchacho, contesto el caminante.
- Para servirle, que les vaya bien, respondió el niño.
Otra vez, sintió un jalón en su mano y siguieron la marcha. Esta vez el estrepitoso sonido del carro de la compra los acompañaba.
Caminaron unas cuantas cuadras, fue entonces cuando sus sentidos comenzaron a percibir la cercanía de su hogar. Una vieja locomotora eléctrica pasa haciendo sonar su silbato, los ladridos de algunos perros saludaron a Lucky, distinguió un olor entremezclado de cipreses  frescos y rosales húmedos. De pronto al carro de la compra paró, se escuchó el rechinar de un viejo portón y nuevamente el estrepitoso sonido del carro de la compra.

- Señor ya llegamos, ¿Lo colocó junto a la puerta?, dijo Caliche.
- Sí, por favor; es en el segundo piso en el apartamento número 4.
Habían llegado a casa, después de un largo día.  Nuestro amigo le pagó al niño, lo despidió y abrió la puerta. Se escucharon unas campanillas, señal de que la puerta se había abierto.
Su presurosa mano, rozo la pared y apretó el interruptor de encendido. Empezó  a sonar un viejo abanico[3] , otra señal inequívoca, en este caso, anunciaba que la iluminación eléctrica se había encendido.
Tomo el viejo estuche con su saxofón, lo coloco al lado de una trompeta y un clarinete. Se quitó su chaqueta, le quito la correa al perro y colgó los mismos en un perchero.
Tenía un hogar muy acogedor, un pequeño apartamento, de cuatro plazas, baño y una pequeña cocina.  Lo había distribuido de manera práctica, La sala era grande con un cómodo sofá, y un par de pequeños sillones, con una acogedora mecedora al lado de la ventana, además un mueble multifuncional en donde colocaba sus instrumentos, así como su viejo tocadiscos, su colección de discos de vinilo o LP y algunos recuerdos de su querido Caribe.
La ventana casi siempre pasaba abierta, desde ahí se podía observar el jardín.
El jardín estaba bordeado en un lado por  una pequeña alameda, por todo el resto de su entorno por  una valla natural de cipreses. En el centro del jardín sobre el césped había unos hermosos rosales.
 Al frente de la entrada de la casa estaba la calle y la línea del tren.  Por la pared externa del edificio  desde al jardín hasta el marco de su ventana subía una enredadera, cubierta por unas flores amarillas, de tal manera que al sentarse en la mecedora  se podía oler el penetrante olor de las flores.
Debido a esa ventana, durante las noches, se podía mirar la luna asomarse a su apartamento. No obstante, para nuestro amigo lo más importante sobre aquella ventana era que le permitía mantener fresca su estancia y escuchar los sonidos de la calle.
Cruzando la calle había una licorera[4], la misma tenía un colorido letrero de neón que estaba directamente al frente de la ventana de su apartamento.

Nuestro amigo no se había percatado de su existencia. Sin embargo, durante la noche las parpadeantes luces del letrero  invadían discretamente su estancia provocando caprichosas sombras.
En su dormitorio  tenia una amplia cama, cubierta con un edredón color rosa muy confortable, una pequeña cómoda en donde ponía sus cosas de aseo personal y un viejo ropero de cedro sumamente útil. No podía faltar un reloj despertador, sin cristal por supuesto, este último tenía una historia peculiar, lo llamaba el reloj del polaco, y lo había comprado en el mercado central en una compra y venta[5]. El reloj era muy bonito y cuando le pidió al polaco que rompiera el vidrio, que cubría las manecillas,  la  esposa de este casi se desmalla.
Sobre los otros cuartos, en uno dormía Lucky, o por lo menos ese era el plan.  Lo que sucede es que el perro nunca lo dejaba sólo, ni para ir al baño. Y el músico nunca había podido quitarle esa maña.  En el otro cuarto tenía un pequeño estudio, ahí era donde de vez en cuando daba clases de trompeta, saxofón o clarinete. En un rincón de su estudio tenia una pequeña biblioteca, con algunos tomos de enciclopedia, una biblia y algunas novelas.  Todas escritas en braille, atesoraba especialmente una colección de poemas de Pablo Neruda.  Sobre su talento innato, cabe indicar que la música era su pasión,  le gustaba la música clásica pero su vocación era  el jazz.
Durante la semana una vecina lo ayudaba con el aseo y la preparación de la comida. Ella siempre le dejaba un plato de comida caliente sobre la mesa  y junto a la puerta de la cocina la comida para el buenazo de Lucky.
- Bueno Lucky creo que ya es hora de comer, exclamo nuestro amigo.
Lucky, empezó a ladrar y aullar de alegría y por uno minutos no se supo nada de él.
El músico de jazz, después de comer, abrió un gabinete, saco una botella de whiskey, la puso sobre la mesa, saco una vieja copa, se sirvió. Acto seguido, lentamente... sorbo a sorbo empezó a tomar de aquel amargo líquido, saboreándolo en su paladar.
Bruscamente se quitó sus zapatos de charol, dio un profundo suspiro y aflojo los tirantes de su pantalón, desabrocho un poco su camisa. Luego, se puso de pie, caminó unos cuantos pasos,  encendió el tocadiscos, tomo un disco de vinilo, lo sacó de su estuche, lo colocó, levanto la aguja y la puso a discar.   La música empezó a invadir el lugar.

Él sentía que el ritmo subía por sus venas, palpitando, fluyendo junto con su sangre. Tomó su saxofón, se sentó en la mecedora en dirección a la ventana y empezó a tocar. El compás de la música se podía seguir al mirar sus manos acariciar el instrumento. Así entre sonidos graves y sonidos agudos, entre notas largas y notas cortas, el músico de jazz tocada a dúo con su artista invitado de la noche, dándole una serenata a la luna desde la ventana de su departamento.
Cualquiera que pasara por la calle, en ese momento,  podía observar a aquel viejo con sus gafas oscuras tocando su melodía preferida, iluminado por la luz de la luna y rodeado del juego de luces de neón, si el que observaba miraba con detenimiento podía ver a un discreto perro juguetear al lado del músico. Casi todas las noches se podía ver aquel acto, sin costo alguno y con una variedad de artistas invitados. A veces las parejas se sentaban al lado de la calle a mirar la luna y las estrellas, para hablar del amor y escuchar al músico de jazz.
Tanto era así, que cuando terminaba de tocar, nuestro amigo podía oír algunos aplausos. Ante esto, de forma educada y sincera,  el hacia una reverencia agradeciendo la sinceridad de su publico.
Para cuando dejaba de tocar, posiblemente las copas de whiskey ya le habían hecho su efecto. Ponía su saxofón en el sitio usual, y lentamente se encaminaba a su cuarto, se desvestía  y se acostaba en su cama a dormir como un lirón.
Las horas de la noche pasaban de forma placentera.
Una brisa caliente y matutina rozó su negra tez, el sonido ascendente de su reloj despertador se aseguró de que se despabilara.
- Debí haberle pedido al polaco que te diera un golpe más duro, refunfuño el músico.
El perro estaba echado a sus pies como siempre.
- Lucky, por favor, una tasa de café con dos terrones de azúcar, exclamo sonriendo mientras acariciaba la melena de su perro.
Posteriormente, nuestro amigo se levantó, preparo el café y se bañó. Le puso la correa a su perro y salieron a la calle.
- Bien Lucky, parece que tendremos que sacarle provecho a este nuevo día, Recuerda mi viejo amigo, posiblemente existan muchas razones para sentirse mal. Sin embargo, hay muchas más razones para sentirse bien, exclamo el músico mientras se aferraba a la vieja correa.
Así, todos los días, nuestros dos personajes se enfrentaban a la vida.

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[1] Carrera: Manera coloquial para denominar una ruta completa seguida por un autobús.
[2] Diminutivo del nombre Carlos.
[3] Abanico: Una maquina ventiladora
[4] Licorera: Expendio dedicado únicamente a la venta de licor y afines
[5] Compra y Venta: Casa de Empeño.

lunes, 30 de diciembre de 2013

La danza de la vida

El Valle:
Era un pequeño valle, perdido entre las montañas. Una corta cicatriz grabada en la roca durante la última era glaciar.
Aquel paraje de Dios, olvidado por el hombre,  estaba cubierto por un manto verde de vegetación.
El Sol lo cuidaba durante el día, la Luna lo vigilaba durante la noche y la Lluvia lo bañaba incesantemente.
La vegetación crecía caprichosamente, indomable, compitiendo por un espacio  para poder robar los rayos del sol.
En medio de tanta vegetación sobresalían los arboles, llenos de vida, cubiertos por doseles, en medio de sus ramas se escuchaban los monos cariblancos, bailando su propia danza, brincando de rama en rama, chillando.
También se observaban otros tipos de animales, en su mayoría pequeños.
Aves, reptiles, insectos y roedores. Una lista abundante de fauna, todos se escabullían de una o de otra forma. A la libre, sin barreras humanas.
A los lados de una montaña se advertían unos viejos surcos, desdibujados por la vegetación,  hasta ahí había llegado la mano del hombre, esta vez aquella laboriosa mano había sido infructuosa, incapaz de domar la naturaleza en este entorno.
Bajando por una montaña al oeste de aquel valle, ladeando las múltiples crestas, en una pronunciada loma se erguía un imponente Árbol de Ceiba, un veterano de múltiples batallas con el inclemente clima. Desde su posición privilegiada se observaba todo el valle.
Este árbol era el vigilante de aquel lugar.
Desde cualquier punto de vista, en el valle, se divisaban sus copas. Bajo su  sombra benigna encontraba refugio la fauna a su alrededor. Sobre su en ramaje se congregaban todo tipo de aves las cuales le incrustaban sus nidos de forma permanente
Descendiendo por la misma montaña, fluía un riachuelo, un incesante caudal de agua pura y cristalina, agua nacida en lo más profundo de la selva tropical.
Ese riachuelo serpenteaba la montaña, escabulléndose por la roca desnuda, dividiendo el valle en dos. De forma caprichosa se entremezclaba con la vegetación, llenando de vida todo lo que tocaba. Pasaba, por supuesto, al lado del gigantesco árbol de ceiba.
El Sol se mostraba magnífico, rodeado de un vivaz cielo azul durante la mañana y cubierto por un manto gris durante la tarde.
El Árbol:
El árbol...... sí el árbol, él podía sentir la humedad tocar sus raíces, él podía saborear la tierra por medio de esas mismas raíces. En lo profundo del subsuelo, ahí donde la luz del día nunca llega, el agua cristalina se mezclaba con la negra tierra, generado un sedimento rico en vida, un caldo primordial de cultivo,  de ahí sacaba su fuerza aquel coloso.  Él podía sentir como aquella fuerza subían por sus raíces a  lo largo de su imponente tronco, atravesado su corteza llenando de vida sus ramas,  germinando en forma de frutos y flores.  Para él aquella sensación era  refrescante y revitalizante.
Al reventar las flores,  el milagro de la vida se producía, de ahí que cuando se observaba al coloso se podía mirar la presencia de su progenie, en forma de pequeños tallos recién nacidos.
Es muy difícil comprender como a partir de un pequeño tallo la naturaleza podía producir semejante gigante.  Sólo se podía entender  al valorar la anchura de su tronco.
El tiempo... siembre el tiempo.  Hasta en aquel bucólico jardín, en donde el conteo del reloj pasa inadvertido. Aun así, este hace sentir su presencia.
El tiempo es como la consciencia, uno suele ignorar su presencia pero no puede olvidar sus reglas.
De esta forma, es como un pequeño tallo, se convierte en un imponente árbol:
Día a día... año con año, con paciencia.
Aferrándose a la tierra, aprendiendo a chupar sus fuerzas. Robándole el calor al sol
Remontándose hasta el cielo, extendiéndose.
Dirigiendo sus hojas y ramas hacia al astro rey.
Tolerando, soportando el clima inclemente, adaptándose, esforzándose por sobrevivir.
Esa  es la danza de la vida.
Por supuesto, con el paso del tiempo todas las heridas se curan.
El despertar:
Ese día el agua del riachuelo se apreciaba diferente.
Una tenue brisa soplaba desde el norte.  El rocío se formó más rápido que de costumbre, permeando las hojas de los arboles.  Los animales estaban un poco inquietos y las aves revoloteaban frenéticamente.
El Sol remontó el costado este del valle, arañando las montañas, lentamente los ases de luz dominaron el firmamento.  La Luna poco a poco se perdía en el poniente.
Como la sombra de un fantasma... la bruma se disipó.

Tímidamente, el frío de la madrugada dio paso al calor de la mañana, los monos empezaron su rutina diaria. Con mucha alharaca,  la fauna comenzó su caótico transitar.
Desde una rama del Árbol de Ceiba, se podían mirar los saltos olímpicos de algunos pequeños peces en el riachuelo, de tanto en tanto,  algún pez rebotaba estrepitosamente contra la corteza de aquel árbol, cayendo a tumbos de nuevo en el riachuelo.
Muy cerca de la orilla del afluente, un grupo de libélulas bailaba sus danzas de cortejo. No muy lejos una procesión de hormigas rojas remontaba hacia su hormiguero. Del otro lado del riachuelo, un grupo de tepezcuintes corría frenéticamente, en el tanto que un tigrillo manigordo los miraba atreves de la maleza.

La mañana aconteció sosegada.
No obstante,  la presencia de un calor inclemente era evidente y se podía sentir la creciente humedad impregnada en el ambiente.
La humedad y el calor son característicos durante  la estación lluviosa en los trópicos. Pero esa mañana  era diferente, mucho más húmeda y caliente.
El Sol llegó a su cenit, imponente, siempre presente.  Hizo sentir su peso, todos se ocultaban a la sombra de los arboles.
Por unos minutos sus rayos cayeron directamente  y luego era el comienzo de la tarde.
Las Nubes:
Las nubes... sí las nubes.
Como una horda barbará, de forma súbita, así llegaron las nubes, cubriendo los peñascos más altos de las montañas, luego sitiaron el cielo azul envolviéndolo de un manto gris impenetrable. De forma escalonada sobre las alturas se notaron cúmulos y estratos, tapizando el cielo de matices grises oscuros.
En el centro del valle, perpendicular al suelo,  una gran nube gris se ancló.  Cubriendo todo el firmamento le rodearon una serie de nubes más pequeñas. El conjunto de nubes era imponente.
La gran nube se mostraba como el gobernante de los cielos rodeado por su nebulosa corte.
Abajo en la tierra, el silencio envolvió todo el valle.
Era la calma antes de la tormenta.
El torbellino:
El calor y la humedad impactaron todo el valle. Un golpe de calor paralizó a los seres vivientes.
Por algunos minutos la humedad se elevó hacia el cielo.  De la misma forma en que un pescador recoge sus redes, así las nubes recogieron toda la humedad en el valle.
El viento bailó su danza
Una fuerte ráfaga cruzó el valle de norte a sur y luego otra fuerte ráfaga lo cruzó de este oeste.
En ese momento la nube emperatriz hizo sentir aun más su presencia. Como si extendiera una mano, un potente torbellino salió de uno de sus costados. Arremolinando y castigando aquel pequeño valle.

Durante unos cuantos minutos todo estuvo a merced de aquel verdugo.
La Tormenta:
La tormenta continuó como un murmullo.
Pequeñas luminosidades cruzaron las nubes... como si hablaran entre ellas.
De pronto un sonido ensordecedor dio paso a una réplica de ecos. Eran los truenos, centellando estridentemente, castigando la tierra. Doblegando las copas de los arboles.
  • - El cielo se abrió, pero en lugar de lanzar agua, lanzó piedras. Eso fue lo que dijo el último ser humano que visitó el valle, años atrás.

Ciertamente una inclemente lluvia de granizo bombardeó la tierra, parecía como si las nubes trituraran los picos de las montañas y los precipitaran dentro del valle.
La granizada duró unos cuantos minutos y fue secundada por una impresionante tormenta eléctrica.
Los relámpagos, los truenos  y las centellas  bailaron su danza.
El viento soplaba del norte cuando la lluvia empezó a caer,  el aguacero transformó el valle.
Un poderoso caudal calló del cielo. Caía por fases,  primero fuertemente, luego cuando parecía que iba a disminuir retomaba fuerza.
Aquella imponente nube, extendió su poderoso reinado. Ya no sólo regía en las alturas, sino que imponía sus reglas a lo largo del valle.
El Aluvión:
Parte del caudal de agua que cayo del cielo, se encaminó por las montañas y convirtió el pequeño riachuelo en un inmenso e incontenible torrente.
El caudaloso río bajó por la ladera de la montaña, siguiendo su usual trayectoria,   pero ampliando su alcance, arrastrando piedras, tierra y todo tipo de escombros.
Era un aluvión y rugía, haciendo sangrar  aquel valle.
El agua bailó su danza.
El vendaval:
Así había acontecido.... el gigantesco árbol primero fue castigado por el torbellino quien lo despojo de algunas de sus hojas, luego sintió como la granizada golpeó su en ramaje y tumbó al suelo otras de sus hojas, la savia había comenzado a brotar por sus tallos.
Fue en ese momento que el aguacero lo bañó enjugando sus heridas.
Luego,  sintió el aluvión golpear contra su tronco, empujándolo,  forzándolo. Pero sus fuertes raíces lo retuvieron firme,  aferrándolo a la tierra.
Sin embargo,  no pudo salir ileso, el poderoso torrente laceró su corteza arrancando algunas de sus ramas.
La nube extendió su tortura...
Un inclemente trueno golpeo una de las copas del árbol tostándola completamente.
El trueno recorrió todo su tronco hasta llegar a la tierra.  Un olor a carbón quemado rodeó su tronco.
No importaba, lo habían herido pero aun continuaba de pie.
Aquella nube siguió lanzando sus frenéticos rayos por todo el valle.  Todos los animales se aferraban a sus escondites soportando los histéricos ataques de la nube.   Pero el llanto de la nube parecía cesar.
La Calma:
Indistintamente, las nubes continuaron derramando  su incesante caudal de agua.
Cuando parecía que aquella tormenta no tendría final, los rayos del sol atravesaron sutilmente aquel manto gris.
Era como si el Sol cortara aquel manto con una poderosa espada.
Con respecto a la nube, ella derramó sus últimas gotas de llanto en el momento que el gigante dorado la atravesó con sus ases de luz.
En ese instante, la calma reinó nuevamente en el valle.
Era la calma después de la tormenta.
Subiendo desde la ladera sur del valle hasta el firmamento se mostró un hermoso arcoíris  remontar el cielo, era un recordatorio divino.
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El Sol culminó su danza.
Al finalizar el día, el Sol estaba en el poniente y la Luna se asomaba tímidamente al este del valle.

El gigantesco árbol de ceiba, todavía majestuoso, continuaba en su sitio. No obstante, el árbol sintió que había sido un largo día.
Finalmente, la bruma visitó el valle... era el comienzo de la noche.
La Luna inició su danza... y el ciclo de la vida continuó.
  • Derechos reservados sobre el texto y el diseño.
  • Imágenes con fines ilustrativos, tomadas de la red.
  • Autor: Mario Badilla  (Marioarroba)
  • http://marioarroba.lacoctelera.net/
  • Skype tm - mario_badilla
  • San José, Costa Rica  (Febrero 2011)
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