martes, 31 de diciembre de 2013

El Cazador de Néctar

El anciano, miraba fijamente el camino, como si fuera la primera vez que lo transitara.   Su mirada melancólica refleja cierta extraña alegría. Caminaba lento, sonreía  y de vez en cuando bajaba su mirada para ver al niño.

El niño caminaba a su lado, despacio, mirando todo con curiosidad, aferrado a la mano de su abuelo.

- Abuelo, ¿Es cierto que este camino no tiene final? , dijo el niño

- Si mi hijito es cierto, hace muchos años una danta[1] gigante bajo de la montaña y lo hizo con sus poderosas patas, replico el abuelo.

- Abuelo, ¿Es cierto que si uno se pierde en la montaña, la danta se lo come a uno?

- No mi hijito esa danta es buena y no le gusta comerse a la gente.

- ¿Vamos a conocer a la danta hoy? , dijo el niño.

- No papito, la danta se fue de viaje a una tierra lejana, hoy no la podremos ver.

- Pero abuelo.... yo quiero conocer a la danta para preguntarle adonde termina el camino.

- Claro.... por supuesto, otro día vendremos y le preguntaremos.

- Abuelo, ¿A quién visitaremos hoy?

- Hoy conoceremos al Cazador de Néctar.

- ¿Quién es el Cazador de Néctar?

- Mi hijito, es un pájaro mágico que cuida la montaña y todos los arboles que hay en ella.

- Abuelo ¿Por qué es mágico?

- Porque donde pone el pico crece un árbol.

- Seguro debe ser un pájaro muy grande, dijo el niño.

- Papito, en este caso lo importante no es el tamaño, si no el trabajo que hace.

Ese camino, serpenteaba la montaña, era algo empinado,  bañado por un lastre fino y polvoriento,  a los lados del camino la abundante vegetación hacia sentir su presencia, verde, tupida, llena de vida, ruidosa e inaccesible. Particularidades propias del bosque lluvioso tropical.

Arboles de roble y encino se erguían a los lados del camino como si fueran celosos vigilantes del pasar de nuestros personajes.  En lo profundo de la montaña se oía una cacofonía de sonidos, difíciles de identificar, para el oído poco entendido.

No obstante, para el viejo identificar cada sonido le resultaba fácil y familiar.  De hecho, se deleitaba haciéndolo, debido a que le hacia recordar  su niñez.  Recordar sus primeros años, las enseñanzas de sus padres cabécar[2] y sus  andanzas mozas en la selva con sus primos.  

Aquellas enseñanzas eran su legado, eran los  conocimientos heredados por todas las generaciones cabécar nacidas en la gran montaña, los hombres blancos no las podían entender.

Hoy esas enseñanzas eran viejas historias, nadie las escuchaba. Muy a menudo el viejo se sentía como la gran danta, como un animal en peligro de extinción.

Para el niño caminar con su abuelo era una gran experiencia, todos lo domingos hacían esa travesía, después de almorzar, él escuchaba atentamente cada palabra que le decía su abuelo.  El niño vivía con su madre, ella era de ascendencia cabécar, la mamá  trabaja en una pequeña floristería  en el Valle del General,  cerca de la gran montaña a la cual los blancos llamaban el Cerro del Chirripó[3].

Durante la semana el niño iba  a la escuela. El padre del niño trabajaba para la municipalidad de la región.  Su papá no era cabécar, él era del  Valle Central. Los padres del niño, se habían conocido varios años atrás en un colegio nocturno, se enamoraron y se casaron. La idea del matrimonio de su hija con un foráneo, no le había gustado mucho al viejo. Sin embargo, su nieto ocupaba una parte central en su vida, especialmente desde que su esposa había muerto un año atrás.

Los domingos en la mañana, su yerno llegaba con su hija y su nieto.   Le traían algunos suministros y pasaban todo el día con él.  El  yerno  ayudaba a reparar la casa del  viejo  y  a  cultivar la parcela de tierra en donde vivía.

En la parcela cultivaban un poco de maíz, algo de frijol, plátanos y algunos tubérculos.   De vez en cuando el viejo intercambiaba sus cultivos con sus vecinos. A cambio sus vecinos le entregaban otro tipo de cultivos o algún suministro.

Con su amigo el holandés intercambia golosinas  que guardaba para dárselas al niño.  El holandés era un foráneo que había llegado unos años atrás para aprender el dialecto cabécar.  El le contaba al viejo,  que el mundo se estaba calentando por culpa de los  hombres en las grandes ciudades y que por eso llovía más.   El viejo no sabia que creer aunque a su edad ya casi nada le asombraba.

El niño y el viejo continuaba caminando, al lado del camino habían  arboles altos y tupidos, sus copas estaban cubiertas de todo tipo de plantas trepadoras y diversos doseles[4],  flores de diferentes tamaños y colores se miraban por todos lados.  El sol  como un fisgón dorado se mostraba parpadeante entre las copas de los arboles, nuestros amigos  sentían su calor.

- Mi hijito, creo que mejor descansamos un poco, dijo el anciano.

- Esta bien abuelo, sentémonos en ese tronco, dijo el niño.

- Que aprendiste en la escuela esta semana.

- Esta semana la niña[5] nos enseñó las letras del alfabeto.

- Eso esta muy bien, dijo el viejo mientras le acariciaba el cabello al niño.

- La niña me dijo que el próximo año puedo aprender a leer cabécar.

- ¿Cómo es eso? , ¿Quién te va a enseñar?

- La maestra nos dijo que vendrán unos señores de la universidad[6] a enseñarnos a leer el dialecto cabécar, a quienes queramos aprender, yo ya le dije a mamá y ella me dijo que estaba bien.

- Pues me parece muy bien.

- Abuelo.... ¿Cómo caza el néctar el pájaro mágico?

- El cazador de néctar vive cerca de las flores en lo profundo del bosque, cuando encuentra una flor que le gusta. Él hace una danza mágica alrededor de ella y la hechiza con sus plumas de colores, luego con su pico largo y afilado toma el néctar de la flor.

- Abuelo ¿El cazador vive sólo en el bosque?

 - Papito, el cazador de néctar no tiene tribu, vive sólo y no permite a otros de su tipo invadir su territorio.

El sitio donde nuestros personajes se habían detenido, era llano,  húmedo y caluroso.  A un lado del tronco una procesión de hormigas marchaba incesantemente y se  confundían entre las hojas caídas. A  lo lejos se podía observar, colgando de una  rama,  a un oso perezoso con su cría. En las alturas, remontando las  copas de los arboles, un hermoso quetzal verde  agitaba sus alas.

 Nuestros amigos se incorporaron y continuaron su camino.

- Mi hijito, iremos a un lugar, que no esta muy lejos, en donde siempre se puede ver al cazador de néctar, dijo el viejo y extendiendo su mano señalo un paraje no muy lejano en el bosque.

El niño únicamente hizo un gesto afirmativo.

Caminaban, lentamente según el ritmo del viejo. De vez en cuando paraban para observar alguna curiosidad.

Después  de un rato,  llegaron al paraje. Era un espacio llano cubierto por una alfombra de hojas caídas rodeado de plantas y arbustos, a un lado había una pequeña quebrada de donde fluía agua pura y cristalina. Cerca de la quebrada, a manera de un jardín, un sinfín de plantas cubiertas de flores tubulares de diferentes colores y tamaños. Fue ahí cuando lo vieron. Saltando de flor en flor  había un colibrí[7] de plumaje azul,  un pequeño inquieto y presuroso.

El viejo extendió nuevamente su mano señalando al colibrí y le dijo al niño:

- Mira ese que esta ahí es el cazador de néctar, para que las plantas puedan crecer primero él tiene que picar las flores.

- Abuelo, puedo tocar al cazador de néctar.

- No mi hijito, el cazador de néctar no se debe tocar, él es parte del bosque y tenemos que dejarlo vivir en paz. Lo podemos ver pero no lo podemos tocar.

Nuevamente nuestra singular pareja  se detuvo en medio del bosque. El anciano miraba fijamente cada detalle del bosque y le contaba al niño sobre su visión del mundo, tal y como sus padres hicieron con el cuando era un niño.  Su nieto lo escuchaba y preguntaba de tanto en tanto, el abuelo le respondía y continuaba haciendo remembranzas.

- Abuelo, Yo voy a dibujar al cazador de néctar y se lo mostrare a la niña, dijo el nieto.

- Je je... Me parece muy bien y cuéntale sobre la danta gigante, dijo el viejo.

- ¿Ya vamos de regreso? , dijo el niño.

- Si ya es hora de regresar, dijo el viejo mientras le acariciaba el cabello al niño.

- Abuelo, ¿La próxima semana conoceré a la gran danta?

- Por supuesto, la próxima semana la veremos.

De esa manera continuaron su camino de regreso a su casa, lentamente según el ritmo del viejo.

Todos los domingos el viejo llevaba al niño a conocer una parte del bosque y aprovechaba para contarle las historias de su gente. Lo padres del niño conocían la importancia de estos paseos para el viejo, por eso sin falta todos lo domingos llevaban al niño a visitar a su abuelo.

Derechos reservados


[1] Danta: Mamífero propio de la región, se remite vínculo explicativo http://www.guiascostarica.com/ma/ma25.htm

[2] Etnia Cabécar, aborígenes costarricenses, se agrega vinculo explicativo http://www.unesco.org.uy/phi/aguaycultura/es/paises/costa-rica/pueblo-cabecar.html

[3] Montaña ubicada en la cordillera de Talamanca en Costa Rica, se agrega vinculo explicativo http://www.guiascostarica.com/area72.htm

[4] Dosel, se agrega vinculo explicativo http://waste.ideal.es/neotropico.htm

[5] La Niña: En Costa Rica se utiliza este termino como sinónimo de maestra de escuela.

[6] En Costa Rica existe un programa educativo para las lenguas aborígenes, se agrega vinculo explicativo http://www.unesco.or.cr/portalcultural/lenguas1.pdf

[7] El Colibrí, se agrega vinculo explicativo

http://www.acguanacaste.ac.cr/rothschildia/v5n1/textos/26.html


Estadisticas web

No hay comentarios:

Publicar un comentario