lunes, 30 de diciembre de 2013

La danza de la vida

El Valle:
Era un pequeño valle, perdido entre las montañas. Una corta cicatriz grabada en la roca durante la última era glaciar.
Aquel paraje de Dios, olvidado por el hombre,  estaba cubierto por un manto verde de vegetación.
El Sol lo cuidaba durante el día, la Luna lo vigilaba durante la noche y la Lluvia lo bañaba incesantemente.
La vegetación crecía caprichosamente, indomable, compitiendo por un espacio  para poder robar los rayos del sol.
En medio de tanta vegetación sobresalían los arboles, llenos de vida, cubiertos por doseles, en medio de sus ramas se escuchaban los monos cariblancos, bailando su propia danza, brincando de rama en rama, chillando.
También se observaban otros tipos de animales, en su mayoría pequeños.
Aves, reptiles, insectos y roedores. Una lista abundante de fauna, todos se escabullían de una o de otra forma. A la libre, sin barreras humanas.
A los lados de una montaña se advertían unos viejos surcos, desdibujados por la vegetación,  hasta ahí había llegado la mano del hombre, esta vez aquella laboriosa mano había sido infructuosa, incapaz de domar la naturaleza en este entorno.
Bajando por una montaña al oeste de aquel valle, ladeando las múltiples crestas, en una pronunciada loma se erguía un imponente Árbol de Ceiba, un veterano de múltiples batallas con el inclemente clima. Desde su posición privilegiada se observaba todo el valle.
Este árbol era el vigilante de aquel lugar.
Desde cualquier punto de vista, en el valle, se divisaban sus copas. Bajo su  sombra benigna encontraba refugio la fauna a su alrededor. Sobre su en ramaje se congregaban todo tipo de aves las cuales le incrustaban sus nidos de forma permanente
Descendiendo por la misma montaña, fluía un riachuelo, un incesante caudal de agua pura y cristalina, agua nacida en lo más profundo de la selva tropical.
Ese riachuelo serpenteaba la montaña, escabulléndose por la roca desnuda, dividiendo el valle en dos. De forma caprichosa se entremezclaba con la vegetación, llenando de vida todo lo que tocaba. Pasaba, por supuesto, al lado del gigantesco árbol de ceiba.
El Sol se mostraba magnífico, rodeado de un vivaz cielo azul durante la mañana y cubierto por un manto gris durante la tarde.
El Árbol:
El árbol...... sí el árbol, él podía sentir la humedad tocar sus raíces, él podía saborear la tierra por medio de esas mismas raíces. En lo profundo del subsuelo, ahí donde la luz del día nunca llega, el agua cristalina se mezclaba con la negra tierra, generado un sedimento rico en vida, un caldo primordial de cultivo,  de ahí sacaba su fuerza aquel coloso.  Él podía sentir como aquella fuerza subían por sus raíces a  lo largo de su imponente tronco, atravesado su corteza llenando de vida sus ramas,  germinando en forma de frutos y flores.  Para él aquella sensación era  refrescante y revitalizante.
Al reventar las flores,  el milagro de la vida se producía, de ahí que cuando se observaba al coloso se podía mirar la presencia de su progenie, en forma de pequeños tallos recién nacidos.
Es muy difícil comprender como a partir de un pequeño tallo la naturaleza podía producir semejante gigante.  Sólo se podía entender  al valorar la anchura de su tronco.
El tiempo... siembre el tiempo.  Hasta en aquel bucólico jardín, en donde el conteo del reloj pasa inadvertido. Aun así, este hace sentir su presencia.
El tiempo es como la consciencia, uno suele ignorar su presencia pero no puede olvidar sus reglas.
De esta forma, es como un pequeño tallo, se convierte en un imponente árbol:
Día a día... año con año, con paciencia.
Aferrándose a la tierra, aprendiendo a chupar sus fuerzas. Robándole el calor al sol
Remontándose hasta el cielo, extendiéndose.
Dirigiendo sus hojas y ramas hacia al astro rey.
Tolerando, soportando el clima inclemente, adaptándose, esforzándose por sobrevivir.
Esa  es la danza de la vida.
Por supuesto, con el paso del tiempo todas las heridas se curan.
El despertar:
Ese día el agua del riachuelo se apreciaba diferente.
Una tenue brisa soplaba desde el norte.  El rocío se formó más rápido que de costumbre, permeando las hojas de los arboles.  Los animales estaban un poco inquietos y las aves revoloteaban frenéticamente.
El Sol remontó el costado este del valle, arañando las montañas, lentamente los ases de luz dominaron el firmamento.  La Luna poco a poco se perdía en el poniente.
Como la sombra de un fantasma... la bruma se disipó.

Tímidamente, el frío de la madrugada dio paso al calor de la mañana, los monos empezaron su rutina diaria. Con mucha alharaca,  la fauna comenzó su caótico transitar.
Desde una rama del Árbol de Ceiba, se podían mirar los saltos olímpicos de algunos pequeños peces en el riachuelo, de tanto en tanto,  algún pez rebotaba estrepitosamente contra la corteza de aquel árbol, cayendo a tumbos de nuevo en el riachuelo.
Muy cerca de la orilla del afluente, un grupo de libélulas bailaba sus danzas de cortejo. No muy lejos una procesión de hormigas rojas remontaba hacia su hormiguero. Del otro lado del riachuelo, un grupo de tepezcuintes corría frenéticamente, en el tanto que un tigrillo manigordo los miraba atreves de la maleza.

La mañana aconteció sosegada.
No obstante,  la presencia de un calor inclemente era evidente y se podía sentir la creciente humedad impregnada en el ambiente.
La humedad y el calor son característicos durante  la estación lluviosa en los trópicos. Pero esa mañana  era diferente, mucho más húmeda y caliente.
El Sol llegó a su cenit, imponente, siempre presente.  Hizo sentir su peso, todos se ocultaban a la sombra de los arboles.
Por unos minutos sus rayos cayeron directamente  y luego era el comienzo de la tarde.
Las Nubes:
Las nubes... sí las nubes.
Como una horda barbará, de forma súbita, así llegaron las nubes, cubriendo los peñascos más altos de las montañas, luego sitiaron el cielo azul envolviéndolo de un manto gris impenetrable. De forma escalonada sobre las alturas se notaron cúmulos y estratos, tapizando el cielo de matices grises oscuros.
En el centro del valle, perpendicular al suelo,  una gran nube gris se ancló.  Cubriendo todo el firmamento le rodearon una serie de nubes más pequeñas. El conjunto de nubes era imponente.
La gran nube se mostraba como el gobernante de los cielos rodeado por su nebulosa corte.
Abajo en la tierra, el silencio envolvió todo el valle.
Era la calma antes de la tormenta.
El torbellino:
El calor y la humedad impactaron todo el valle. Un golpe de calor paralizó a los seres vivientes.
Por algunos minutos la humedad se elevó hacia el cielo.  De la misma forma en que un pescador recoge sus redes, así las nubes recogieron toda la humedad en el valle.
El viento bailó su danza
Una fuerte ráfaga cruzó el valle de norte a sur y luego otra fuerte ráfaga lo cruzó de este oeste.
En ese momento la nube emperatriz hizo sentir aun más su presencia. Como si extendiera una mano, un potente torbellino salió de uno de sus costados. Arremolinando y castigando aquel pequeño valle.

Durante unos cuantos minutos todo estuvo a merced de aquel verdugo.
La Tormenta:
La tormenta continuó como un murmullo.
Pequeñas luminosidades cruzaron las nubes... como si hablaran entre ellas.
De pronto un sonido ensordecedor dio paso a una réplica de ecos. Eran los truenos, centellando estridentemente, castigando la tierra. Doblegando las copas de los arboles.
  • - El cielo se abrió, pero en lugar de lanzar agua, lanzó piedras. Eso fue lo que dijo el último ser humano que visitó el valle, años atrás.

Ciertamente una inclemente lluvia de granizo bombardeó la tierra, parecía como si las nubes trituraran los picos de las montañas y los precipitaran dentro del valle.
La granizada duró unos cuantos minutos y fue secundada por una impresionante tormenta eléctrica.
Los relámpagos, los truenos  y las centellas  bailaron su danza.
El viento soplaba del norte cuando la lluvia empezó a caer,  el aguacero transformó el valle.
Un poderoso caudal calló del cielo. Caía por fases,  primero fuertemente, luego cuando parecía que iba a disminuir retomaba fuerza.
Aquella imponente nube, extendió su poderoso reinado. Ya no sólo regía en las alturas, sino que imponía sus reglas a lo largo del valle.
El Aluvión:
Parte del caudal de agua que cayo del cielo, se encaminó por las montañas y convirtió el pequeño riachuelo en un inmenso e incontenible torrente.
El caudaloso río bajó por la ladera de la montaña, siguiendo su usual trayectoria,   pero ampliando su alcance, arrastrando piedras, tierra y todo tipo de escombros.
Era un aluvión y rugía, haciendo sangrar  aquel valle.
El agua bailó su danza.
El vendaval:
Así había acontecido.... el gigantesco árbol primero fue castigado por el torbellino quien lo despojo de algunas de sus hojas, luego sintió como la granizada golpeó su en ramaje y tumbó al suelo otras de sus hojas, la savia había comenzado a brotar por sus tallos.
Fue en ese momento que el aguacero lo bañó enjugando sus heridas.
Luego,  sintió el aluvión golpear contra su tronco, empujándolo,  forzándolo. Pero sus fuertes raíces lo retuvieron firme,  aferrándolo a la tierra.
Sin embargo,  no pudo salir ileso, el poderoso torrente laceró su corteza arrancando algunas de sus ramas.
La nube extendió su tortura...
Un inclemente trueno golpeo una de las copas del árbol tostándola completamente.
El trueno recorrió todo su tronco hasta llegar a la tierra.  Un olor a carbón quemado rodeó su tronco.
No importaba, lo habían herido pero aun continuaba de pie.
Aquella nube siguió lanzando sus frenéticos rayos por todo el valle.  Todos los animales se aferraban a sus escondites soportando los histéricos ataques de la nube.   Pero el llanto de la nube parecía cesar.
La Calma:
Indistintamente, las nubes continuaron derramando  su incesante caudal de agua.
Cuando parecía que aquella tormenta no tendría final, los rayos del sol atravesaron sutilmente aquel manto gris.
Era como si el Sol cortara aquel manto con una poderosa espada.
Con respecto a la nube, ella derramó sus últimas gotas de llanto en el momento que el gigante dorado la atravesó con sus ases de luz.
En ese instante, la calma reinó nuevamente en el valle.
Era la calma después de la tormenta.
Subiendo desde la ladera sur del valle hasta el firmamento se mostró un hermoso arcoíris  remontar el cielo, era un recordatorio divino.
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El Sol culminó su danza.
Al finalizar el día, el Sol estaba en el poniente y la Luna se asomaba tímidamente al este del valle.

El gigantesco árbol de ceiba, todavía majestuoso, continuaba en su sitio. No obstante, el árbol sintió que había sido un largo día.
Finalmente, la bruma visitó el valle... era el comienzo de la noche.
La Luna inició su danza... y el ciclo de la vida continuó.
  • Derechos reservados sobre el texto y el diseño.
  • Imágenes con fines ilustrativos, tomadas de la red.
  • Autor: Mario Badilla  (Marioarroba)
  • http://marioarroba.lacoctelera.net/
  • Skype tm - mario_badilla
  • San José, Costa Rica  (Febrero 2011)
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