martes, 31 de diciembre de 2013

EL Músico de Jazz


Una  fría brisa rozó su negra tez,  anunciando el final de la tarde.  Lentamente se incorporó, abrió el viejo estuche y guardó su saxofón.

Entonces, tomó su sombrero y empezó a calcular el precio del día.
- Veinte, treinta, cincuenta, cien... ¿Qué es esto? , Pensó
- A ya sé cinco. Estos viejos billetes ya casi nadie los usa, dijo.
Sintió cerca de su cara el jadeo de su fiel perro Lucky.
- Oye Lucky parece que hoy tuvimos un buen día, exclamo mientras acariciaba la melena de su perro.
Sacó una colorida bolsa de papel,  y guardo un manojo de monedas.
- Muy bien viejo amigo, creo que eso es todo por hoy, ya es hora de regresar al hogar, pero antes aligeremos el peso, le dijo al perro.
Entonces sintió un jalón  en su mano derecha,  poco a poco empezó a caminar aferrado a la vieja correa, el perro era su guía.
Percibió un peculiar olor y escucho el rechinar de un viejo carretillo,  entonces una voz carrasposa le dijo:
- Compañero, parece que ya terminaste por hoy, le indico el recolector de basura.
- Si he tenido un largo día, le dijo el caminante.
Nuestro personaje transitaba junto a su perro por la bulliciosa avenida, de vez en cuando alguien se les atravesaba en el camino. No obstante, al percatarse de su condición se hacía a un lado y los dejaba pasar. Ciertamente, tampoco faltaba uno que otro  que los tratara mal, pero el perro  rápidamente respondía a cualquier amago de violencia.
De pronto el perro se detuvo, nuestro amigo  escuchó el freno de un viejo autobús y  sintió que un par de puertas se abrieron a un lado de la acera.
- Oye amigo.... ¿Cómo estuvo tu día?, le dijo el chofer del autobús.
- No me puedo quejar hoy fue un buen día, exclamo el caminante.
- Y a ti ¿Cómo te fue?
- Pues bien, estoy tomándome un café, me faltan cinco carreras[1] para terminar el día, le dijo el chofer.
- Necesitas monedas, exclamo el caminante.
- Si por supuesto, pásamelas yo las cuento.
- Muy bien, dijo el caminante. Tomó la bolsa de papel y se la dio al chofer.
- Quinientos, mil, dos mil, tres mil, quinientos. Son doce mil, mi amigo, toma aquí esta, dijo el chofer
- Oye muchas gracias, nos vemos mañana, dijo el caminante.
- Hasta luego compañero, oye Lucky cuida bien a mi amigo, exclamó el chofer.

Otra vez, sintió un jalón en su mano y siguieron la marcha.
Poco a poco la bulliciosa calle se fue acallando, ahora podía escuchar sus propios pasos y el jadeo de su perro.  Se detuvieron, viraron a la izquierda en una esquina y entraron a un pequeño supermercado.
De pronto escucho la voz de un niño:
- Señor, señor, ¿Cómo esta?
- Muy bien, gracias. ¿Y tú como estas?
- Bien, hola Lucky, dijo el niño.
- ¿En que lo podemos ayudar hoy?, replico el niño.
- Mira necesito, por favor, una libra de café, dos kilos de arroz, un paquete de espagueti, una cajita de té.... Ah, también una bolsa de alimento para el perro.
- Okey, ya regreso, entonces rápidamente el chiquillo tomó una canasta y desapareció entre la gente.
Esperaron un rato parados a un lado de una caja registradora, una desalineada cajera los miraba de reojo,  poco a poco un grupo de niños se agrupó para acariciar al perro, no los podía ver pero sentía su agitada presencia.
Otra vez escucho la voz del pequeño:
- Señor, señor. Ya esta aquí todo.
- Pues muchas gracias, ¿Cuánto debo?
- Son cuatro mil, dijo la cajera.
- Muy bien aquí esta, muchas gracias.
- Le llevamos el pedido, replico el niño.
- Por supuesto, ya conocen el camino.
El niño, se paró miro hacia atrás y gritó:
- El que sigue,... El que sigue y emitió un fuerte silbido.
Entonces se escuchó el estrepitoso rodar de un coche,  se acercaba velozmente, de pronto, frenó en seco, al lado de nuestro personaje.
- Señor, señor. El se llama Caliche[2], dijo el niño.
- Caliche, el señor vive en la casa verde de dos pisos al lado de la pensión de doña Juanita, frente a la licorera junto a la línea del tren. Recuérdate es en el segundo piso, tienes que entrar por la alameda al lado del jardín, por los cipreses. Ten cuidado con el perro porque todavía no te conoce, replico el niño
- Muchas gracias muchacho, contesto el caminante.
- Para servirle, que les vaya bien, respondió el niño.
Otra vez, sintió un jalón en su mano y siguieron la marcha. Esta vez el estrepitoso sonido del carro de la compra los acompañaba.
Caminaron unas cuantas cuadras, fue entonces cuando sus sentidos comenzaron a percibir la cercanía de su hogar. Una vieja locomotora eléctrica pasa haciendo sonar su silbato, los ladridos de algunos perros saludaron a Lucky, distinguió un olor entremezclado de cipreses  frescos y rosales húmedos. De pronto al carro de la compra paró, se escuchó el rechinar de un viejo portón y nuevamente el estrepitoso sonido del carro de la compra.

- Señor ya llegamos, ¿Lo colocó junto a la puerta?, dijo Caliche.
- Sí, por favor; es en el segundo piso en el apartamento número 4.
Habían llegado a casa, después de un largo día.  Nuestro amigo le pagó al niño, lo despidió y abrió la puerta. Se escucharon unas campanillas, señal de que la puerta se había abierto.
Su presurosa mano, rozo la pared y apretó el interruptor de encendido. Empezó  a sonar un viejo abanico[3] , otra señal inequívoca, en este caso, anunciaba que la iluminación eléctrica se había encendido.
Tomo el viejo estuche con su saxofón, lo coloco al lado de una trompeta y un clarinete. Se quitó su chaqueta, le quito la correa al perro y colgó los mismos en un perchero.
Tenía un hogar muy acogedor, un pequeño apartamento, de cuatro plazas, baño y una pequeña cocina.  Lo había distribuido de manera práctica, La sala era grande con un cómodo sofá, y un par de pequeños sillones, con una acogedora mecedora al lado de la ventana, además un mueble multifuncional en donde colocaba sus instrumentos, así como su viejo tocadiscos, su colección de discos de vinilo o LP y algunos recuerdos de su querido Caribe.
La ventana casi siempre pasaba abierta, desde ahí se podía observar el jardín.
El jardín estaba bordeado en un lado por  una pequeña alameda, por todo el resto de su entorno por  una valla natural de cipreses. En el centro del jardín sobre el césped había unos hermosos rosales.
 Al frente de la entrada de la casa estaba la calle y la línea del tren.  Por la pared externa del edificio  desde al jardín hasta el marco de su ventana subía una enredadera, cubierta por unas flores amarillas, de tal manera que al sentarse en la mecedora  se podía oler el penetrante olor de las flores.
Debido a esa ventana, durante las noches, se podía mirar la luna asomarse a su apartamento. No obstante, para nuestro amigo lo más importante sobre aquella ventana era que le permitía mantener fresca su estancia y escuchar los sonidos de la calle.
Cruzando la calle había una licorera[4], la misma tenía un colorido letrero de neón que estaba directamente al frente de la ventana de su apartamento.

Nuestro amigo no se había percatado de su existencia. Sin embargo, durante la noche las parpadeantes luces del letrero  invadían discretamente su estancia provocando caprichosas sombras.
En su dormitorio  tenia una amplia cama, cubierta con un edredón color rosa muy confortable, una pequeña cómoda en donde ponía sus cosas de aseo personal y un viejo ropero de cedro sumamente útil. No podía faltar un reloj despertador, sin cristal por supuesto, este último tenía una historia peculiar, lo llamaba el reloj del polaco, y lo había comprado en el mercado central en una compra y venta[5]. El reloj era muy bonito y cuando le pidió al polaco que rompiera el vidrio, que cubría las manecillas,  la  esposa de este casi se desmalla.
Sobre los otros cuartos, en uno dormía Lucky, o por lo menos ese era el plan.  Lo que sucede es que el perro nunca lo dejaba sólo, ni para ir al baño. Y el músico nunca había podido quitarle esa maña.  En el otro cuarto tenía un pequeño estudio, ahí era donde de vez en cuando daba clases de trompeta, saxofón o clarinete. En un rincón de su estudio tenia una pequeña biblioteca, con algunos tomos de enciclopedia, una biblia y algunas novelas.  Todas escritas en braille, atesoraba especialmente una colección de poemas de Pablo Neruda.  Sobre su talento innato, cabe indicar que la música era su pasión,  le gustaba la música clásica pero su vocación era  el jazz.
Durante la semana una vecina lo ayudaba con el aseo y la preparación de la comida. Ella siempre le dejaba un plato de comida caliente sobre la mesa  y junto a la puerta de la cocina la comida para el buenazo de Lucky.
- Bueno Lucky creo que ya es hora de comer, exclamo nuestro amigo.
Lucky, empezó a ladrar y aullar de alegría y por uno minutos no se supo nada de él.
El músico de jazz, después de comer, abrió un gabinete, saco una botella de whiskey, la puso sobre la mesa, saco una vieja copa, se sirvió. Acto seguido, lentamente... sorbo a sorbo empezó a tomar de aquel amargo líquido, saboreándolo en su paladar.
Bruscamente se quitó sus zapatos de charol, dio un profundo suspiro y aflojo los tirantes de su pantalón, desabrocho un poco su camisa. Luego, se puso de pie, caminó unos cuantos pasos,  encendió el tocadiscos, tomo un disco de vinilo, lo sacó de su estuche, lo colocó, levanto la aguja y la puso a discar.   La música empezó a invadir el lugar.

Él sentía que el ritmo subía por sus venas, palpitando, fluyendo junto con su sangre. Tomó su saxofón, se sentó en la mecedora en dirección a la ventana y empezó a tocar. El compás de la música se podía seguir al mirar sus manos acariciar el instrumento. Así entre sonidos graves y sonidos agudos, entre notas largas y notas cortas, el músico de jazz tocada a dúo con su artista invitado de la noche, dándole una serenata a la luna desde la ventana de su departamento.
Cualquiera que pasara por la calle, en ese momento,  podía observar a aquel viejo con sus gafas oscuras tocando su melodía preferida, iluminado por la luz de la luna y rodeado del juego de luces de neón, si el que observaba miraba con detenimiento podía ver a un discreto perro juguetear al lado del músico. Casi todas las noches se podía ver aquel acto, sin costo alguno y con una variedad de artistas invitados. A veces las parejas se sentaban al lado de la calle a mirar la luna y las estrellas, para hablar del amor y escuchar al músico de jazz.
Tanto era así, que cuando terminaba de tocar, nuestro amigo podía oír algunos aplausos. Ante esto, de forma educada y sincera,  el hacia una reverencia agradeciendo la sinceridad de su publico.
Para cuando dejaba de tocar, posiblemente las copas de whiskey ya le habían hecho su efecto. Ponía su saxofón en el sitio usual, y lentamente se encaminaba a su cuarto, se desvestía  y se acostaba en su cama a dormir como un lirón.
Las horas de la noche pasaban de forma placentera.
Una brisa caliente y matutina rozó su negra tez, el sonido ascendente de su reloj despertador se aseguró de que se despabilara.
- Debí haberle pedido al polaco que te diera un golpe más duro, refunfuño el músico.
El perro estaba echado a sus pies como siempre.
- Lucky, por favor, una tasa de café con dos terrones de azúcar, exclamo sonriendo mientras acariciaba la melena de su perro.
Posteriormente, nuestro amigo se levantó, preparo el café y se bañó. Le puso la correa a su perro y salieron a la calle.
- Bien Lucky, parece que tendremos que sacarle provecho a este nuevo día, Recuerda mi viejo amigo, posiblemente existan muchas razones para sentirse mal. Sin embargo, hay muchas más razones para sentirse bien, exclamo el músico mientras se aferraba a la vieja correa.
Así, todos los días, nuestros dos personajes se enfrentaban a la vida.

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Imágenes y videos con fines ilustrativos, tomadas de la red.


[1] Carrera: Manera coloquial para denominar una ruta completa seguida por un autobús.
[2] Diminutivo del nombre Carlos.
[3] Abanico: Una maquina ventiladora
[4] Licorera: Expendio dedicado únicamente a la venta de licor y afines
[5] Compra y Venta: Casa de Empeño.

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